Constantemente me preocupa cómo se percibiría mi orientación en el trabajo. Tengo que controlar cada aspecto de mi vida, pretendiendo ser 'normal', incluyendo monitorear mis redes sociales y actividades de ocio, para que nadie descubra quién soy y lo informe a mi empleador.

Eso significa revisar dos veces cada publicación, evitar ciertas conversaciones e incluso vestirme de maneras que me resultan poco auténticas. El ambiente de la oficina en sí es sofocante: bromas homofóbicas casuales, comentarios al pasar sobre los 'valores apropiados' y el conocimiento tácito de que incluso un rumor podría arruinarlo todo.

Desafortunadamente, trabajo en una escuela del gobierno, y ahí es normal que se nos acose por salirnos siquiera un poco del estándar. Incluso después del trabajo, tengo que evaluar cada salida social por el riesgo de ser vista en el lugar equivocado, con las personas equivocadas.

Sé que si no tuviera que preocuparme por esto, la vida sería mucho más fácil: sin presión constante, sin control total sobre cada uno de mis movimientos. En momentos raros, cuando estoy sola o con amistades de confianza, siento algo de alivio. Pero ese miedo, la necesidad de esconderme, nunca desaparece del todo.